martes, 20 de septiembre de 2016

EL MAESTRO INTERIOR

ENSAYO DE MIRIAM Y. CASTILLA


1-EL LENGUAJE
LA FINALIDAD DEL LENGUAJE

San Agustín no nos muestra una simple gramática, sino mas bien construye una filosofía de los signos o del lenguaje. Una filosofía que sea capaz de llevarnos a formular discursos correctos y verdaderos.

El lenguaje tiene como finalidad la enseñanza. A través de las palabras alentamos a nuestro espíritu a aprender. Las palabras son para que las usemos, y las usemos para enseñar. El lenguaje es mejor que las palabras en cuanto es mejor enseñar que hablar.

“Para Agustín el lenguaje tiene como finalidad enseñar o recordar. De hecho, para él enseñar y recordar se identifican, de acuerdo con la teoría del conocimiento (anamnesia: término griego que Platón introduce en el Menón para formular su conocida asimilación del aprendizaje al mero recuerdo) que toma de los neoplatónicos. Ya sea que hablemos con otro o con nosotros mismos, eso hacemos: recordar (conmemoratio). Agustín, como buen seguidor de Platón, adopta la teoría de la reminiscencia, en la cual para el alma humana siendo inmortal no hay nada que no sepa, por lo que el aprendizaje no es sino el recuerdo de lo que el alma ya sabía.”[1]

El lenguaje es un rasgo fundamental de la persona. Lleva consigo toda una estructura. Dice San Agustín en De Magistro:
Ag.-¿qué te parece que pretendemos al hablar?
Ad.-Por lo que ahora se me alcanza, o enseñar o aprender.

 Es claro que en el dialogo De Magistro san Agustín tiene claro que la finalidad principal del lenguaje es enseñar, pero también da entender que el lenguaje a través de las palabras son un instrumento para recordar.

“Agustín, entonces, da a entender que existen dos fines del dialogar humano: el primero, enseñar; el segundo, suscitar el recuerdo en nosotros o en quien escucha.”[2]

PALABRAS, SIGNOS Y SIGNIFICADOS

Dice san Agustín que llamamos universalmente signos a todas las cosas que significan algo. Es imposible mostrar algo sin signos. Los signos son utilizados en el lenguaje para remitirnos a cosas. Los signos son necesarios para la enseñanza aunque no propiamente enseñen. Dice san Agustín en De Magistro:

“Los signos son incapaces por  si mismo de enseñar nada.  Mejor se aprende el signo una vez conocida la cosa y no viceversa. No es el signo el que nos hace conocer la cosa, antes bien, el conocimiento de ella  nos enseña el valor de la palabra, es decir, el significado que entraña el sonido.”

Dice Orlando Todisco  que el sigo es una res, todo conocimiento es o de res o de signos. Signo es todo lo que , convenientemente percibido, remite a partir de si a otra realidad. Para san Agustín en De doctrina christiana dic que el signo es una realidad que en virtud de sí hace pensar en algo diverso, más allá de la especie que ella muestra a los sentidos. Hay signos naturales y signos convencionales. Los naturales es que sin la intención de significar algo , si hacen que se conozca algo diverso  a ellos. Los convencionales tiene que ver con la voluntad para significar algo.

Nada se puede enseñar sin signos, pero los signos se explican por las cosas. El conocimiento de las cosas significadas es mejor que los signos mismos.  San Agustín divide los signos, primero en gestos, dibujos y acciones, los cuales pueden representar directamente las cosas; segundo, en palabras.

“Es interesante notar, según una tripartición que ofrece Agustín y acepta Adeodato, que existirían tres modos de explicar los signos. El primero, mostrar signos con otros signos; el segundo, mostrar signos con las cosas significadas; el tercero, mostrar signos con las acciones significadas”[3]


Dice san Agustín que toda palabra es signo, pero no todo signo es palabra.  Dice Sciacca que las mismas palabras son signos de ideas distintas. Las palabras no son tan adecuadas para expresar lo que tenemos en el pensamiento como cualquier otro signo; san Agustín dice a esto en De Magistro:

            “Las palabras no llegan a manifestar todo lo que tenemos en el espíritu.”

La palabra nos abre hacia el mundo de pensamiento, es la palabra a la que le podemos llamar signo propiamente. Las palabras pueden ser  de dos clases, ya sean pronunciadas o ya sean escritas.  Las escritas son signos de la palabra articulada. La palabra articulada es la que advierte a nuestra mente sobre las cosas que significan. Entonces también se puede hablar de una palabra exterior y una palabra interior. La palabra exterior es el signo de la palabra interior y tiene una función conmemorativa, en cambio, la palabra interior  es la que contiene el significado de las cosas.

Una clase de palabras son los nombres, que expresan la cosa en si misma. No toda palabra es nombre, el nombre es palabra en cuanto significa algo. Adeodato dice en el dialogo De Magistro:

El nombre es signo audible de los signos audibles; estos son signos pero no de signos sino de realidades ora visibles como Rómulo, Roma, rió, ora inteligibles como virtud.”

 Así el nombre esta comprendido en el ámbito de la palabra, por lo que como la palabra esta comprendida en el ámbito del signo.

No podemos comprender las palabras si no conocemos la realidad a la que se refiere  el conocimiento del significado hace significante al signo.

Las palabras en cierto modo introducen en el alma las cosas mismas. Para san Agustín resulta un misterio que compete al lenguaje: ¿cómo es que el espíritu se hace sonido?, es decir, como el espíritu se hace palabra .La voz se convierte en el vehículo del verbum mentis; nos lleva tanto a la persona que nos habla como a la cosa de la que hablamos. La palabra es un vinculo entre los que participan en un dialogo, en donde se puede dar encuentro entre el verbum mentis de los participantes. La palabra es el instrumento de la enseñanza. Nadie puede mostrar directamente las cosas mismas, se tiene que recurrir necesariamente a las palabras. Para san Agustín  las cosas siempre tendrán más valor que las palabras como se expresan.

Las palabras son signos, y su relación principal la tienen con el significado, quedando como secundaria la relación con la facultad cognoscitiva. Ya que podemos hablar sin enseñar nada como en el caso del cantar.

San Agustín le da importancia a las palabras en cuanto instrumento del lenguaje, pero dice que por las mismas palabras no aprendemos nada. Dice san Agustín en De Magistro:
“Las palabras no hacen otra cosa que incitar la hombre a que aprenda,  y que, sea cualquiera el pensamiento de quien habla, muy poco puede aparecer a través del lenguaje.”

Lo más relevante sobre la palabra se puede contener en estas citas de san Agustín:

“Quien habla, emite mediante un sonido articulado un signo de volición... las palabra son signos de las realidades mismas que recordamos...Las palabras son signos todas...pero no son los únicos signos...Los signos que son las palabras los percibe el sentido del oído; ahora bien las palabras escritas son signos de palabras dirigidas a los ojos...Llamamos universalmente signos a todas las cosas que significan algo, entre las cuales contamos las palabras...Palabras denominamos a todo lo proferido mediante sonido articulado, con alguna significación...Todas las palabras son signos, pero no todo signo es palabra...Las palabras no son otra cosa sino signos...De la boca del hablante procede no la realidad significada sino el signo con que  es significada; por eso, en el mismo, instante en que las palabras suenan, la atención ha de ser dirigida a las realidades significadas...pues lo que existe a causa de otra realidad, necesariamente vale menos que la realidad por cuya causa existe.”[4]      


LA ILUMINACIÓN

Esta doctrina de la iluminación ya había sido planteada por san Agustín en su obra escrita en el 386: De beata vita; pero es el libro De Magistro en donde se explica más claramente.

Para comprender la doctrina de la iluminación conviene considerarla en un doble sentido: activamente, por parte de Dios, y pasivamente, por parte del hombre.


Por parte de Dios se da de manera directa. Dios es la fuente del ser y de la verdad. La verdad Dios la imprime en nuestra  alma y deja la huella en ella. Dios es el sol del mundo inteligible, es la luz que ilumina todas las inteligencias es el Maestro Interior que responde a las preguntas de nuestra alma. Esta iluminación tiene una relación con la función creadora y conservadora que Dios ejerce sobre las criaturas. Es una acción continua, no es que se comunique una sola vez y que dure para siempre, sino que es continua.

En el caso del hombre es mas complicado, ya que la inteligencia humana tiene que tomar una posición frente esta iluminación. Es una luz que ilumina a razón superior. Es una especie de luz creada, incorpórea. Con esta luz la inteligencia humana puede decirse que solo se acerca o una imagen o apenas participa de las ideas divinas, sin contemplarlas en si mismas.

Esta función de la iluminación no hay que compararla con las concepción de entendimiento agente, tanto la aristotélica, como la de los árabes que siguieron las doctrinas de Aristóteles; ya que para san Agustín el entendimiento humano no es solamente pasivo, el entendimiento realiza la acción de intelegir, y es ayudado por la iluminación divina cuando hay conceptos o materia que esta por encima de la capacidad de la razón inferior.

Esta luz no solo es el órgano de la visión, sino  también el del conocimiento sensible y el del conocimiento intelectual. Pero para San Agustín hay que distinguir entre la luz increada que es Dios y la luz creada. Dios es la verdad, y la verdad es la luz (luz increada).La luz creada, es la fuente del conocimiento en cuanto por ella se manifiestan todas las cosas a los sentidos o también la luz inteligible por la cual conocemos las verdades racionales. Dios asiste a la razón para que vea la verdad.
    

Dios es el único que puede infundir en la mente humana la luz intelectual que nos hace distinguir entre la verdad y el error. Sin esta iluminación no seria posible la ciencia ni la enseñanza. Mientras recibamos la iluminación de Dios, habrá en nosotros inteligencia. Dice san Agustín en De Magistro:

“No es defecto de esta luz exterior el que los ojos del cuerpo tengan frecuentes ilusiones, consultamos esta luz para que, en cuanto nosotros podamos verla, nos muestre las cosas visibles.”

Toda alma que esta en la verdad es un alma iluminada, pero además esta luz no solo ilumina al el alma sino a todo hombre que viene a este mundo. En cuanto conocemos algo nuestra razón es luz, pero no es luz por si misma, como lo es Dios. Dice san Agustín en De Magistro:

“Cuando se trata de lo que captamos con la mente es decir con el entendimiento y la razón, hablamos lo que vemos presente en la luz interior de la verdad, con que está iluminado y de que goza el llamado hombre interior.”

San Agustín habla de la luz interna: “aunque por el cuerpo percibe las cosas que siente, sin embargo, esta en el alma” (De Gen. Ad. lit. lib.  Imperf., 5, 24). Por ella razonamos y vemos las verdades eternas. 

“El inteligible humano  es un reflejo del Inteligible que se identifica con la inteligencia divina. El hombre no es la Verdad y no la posee en su integra realidad: Pero el reflejo de la verdad es luz con la cual  Dios ilumina la inteligencia humana y hace que la razón sea capaz de juicios verdaderos.[...]  Si nuestro pensamiento esta iluminado , esto significa que se enciende en otra luz. El pensamiento es mi luz, pero no soy yo el origen de mi luz [...] existe  la luz universal, Dios iluminante, en el que mi luz, lo mismo que toda luz, se enciende.”[5]

Otras doctrinas de la iluminación semejantes la habían desarrollado ya otros filósofos, por ejemplo en la filosofía de los Vedas, en Heráclito, en los estoicos y en Platón. Platón llama luz a  Dios, porque hace visible y cognoscible a todas las cosas, es un sol intelectual, esplendor arquetipo, lucero que envía infinitos rayos los cuales se conocen solo por la inteligencia.

Sciacca resume esta doctrina de la iluminación en tres puntos importantes:
1.  El hombre posee la luz natural de la luz natural de la razón que le ha sido dada por Dios, con la cual juzga acerca de las cosas.
2.  La luz de la inteligencia o la intuición de las primeras verdades inteligibles, también ella natural y creada, pero que, con el fin de que pueda el hombre conducirse y permanecer en el orden de la verdad, esta sostenida por Dios  mismo; y esta intervención es la luz especial
3.  La luz de la gracia para las verdades sobrenaturales, que es absolutamente gratuita y no ya de orden humano o racional.
Las dos ultimas formas de iluminación no anulan la razón, antes bien la elevan.

“Podemos concluir que para san Agustín hay: primero una luz natural dada a todos los hombre con la cual, por medio de la memoria, ayudada de la razón, se asocian y combinan las sensaciones para utilizarlas según nuestras necesidades practicas, esta es la ratio inferior. Segundo una luz creada que ha sido dada a todos los hombres para que intuyan las reglas inteligibles y puedan, por medio de la razón, juzgar de las cosas y de sus acciones para tener ciencia y sabiduría, a la cual se añade una asistencia o luz especial que permite a la razón perseverar en el recto juicio, permanecer en la verdad.”[6]

San Agustín tiene la concepción misma de Dios como principio nuestro, luz nuestra, bien nuestro, pone en Él el derecho ontológico de la iluminación, como el de ser nuestra causa y nuestra felicidad.[7]

2-EL MAESTRO INTERIOR
LA ENSEÑANZA
En el tema de la educación San Agustín cristianizo la  Paideia griega.   No es solo una pedagogía o una enseñanza común, sino una pedagogía del interior, es decir no solo enseña hablar bien sino también a pensar bien y obrar bien

En el dialogo De Magistro, san Agustín refleja gran parte de su pedagogía. Para san Agustín no puede haber educación  sin lenguaje. El que habla para aprender lo hace también para enseñar: Se halaba de un recordar que en el fondo es un enseñar, no tanto a los demás, sino a nosotros mismos. Así la finalidad del lenguaje es doble tanto enseñar como recordar. Puede ser que todo lenguaje no sea instrucción, pero jamás se tendrá lenguaje sin instrucción. Nadie puede enseñar sin hablar.     
En la pedagogía agustiniana a través del lenguaje, el maestro habla, el alumno escucha y así es como se transmite la ciencia. El lenguaje del maestro es un conjunto de sonidos y signos que transmiten ideas. Las palabras expresan ideas y las ideas expresan cosas.
Intuitivo se le puede llamar  hoy en día al método de enseñanza que manifiesta en su filosofía san Agustín. Enseñar es mostrar directamente las cosas. 

Lo que en la enseñanza tiene valor, el alumno lo recibe  por intuición intelectual  en la que la verdad se manifiesta inmediatamente a  la mente y habita en ella. Lo que el maestro enseña al alumno es únicamente lo que el alumno podría responder si consulta la luz intelectual que brilla en las mentes.   
Dice san Agustín en De Magistro:
Una vez que los maestros han explicado las disciplinas que profesan enseñar, las leyes en virtud y la sabiduría, entonces los discípulos juzgan en si mismos si han dicho cosas verdaderas, examinando según sus fuerzas aquella verdad interior. Entonces es cuando aprenden, y cuando han reconocido interiormente  la verdad de la lección, alaban a sus maestros, ignorando que elogian a los hombres doctos más bien, que a los doctores si, con todo, ellos mismos saben lo que dice. Pero se engañan los hombres al llamar maestros a quienes no lo son, porque la mayoría d las veces no media un intervalo entre el  tiempo de la locución y el tiempo del conocimiento; porque , advertidos por la palabra del profesor, aprenden pronto interiormente, creen haber sido instruidos por la palabra exterior del que enseña.

San Agustín sabe que para llegar a la verdad no es suficiente la capacidad natural, sino que debe intervenir Dios. La educación se funda en una realidad que supera los esfuerzos del maestro  y de cualquier método de enseñanza. Tiene que haber un acto interior por parte del alumno.  

 Por medio de la enseñanza las ideas pasan de un espíritu a otro, del maestro al discípulo. El maestro enseña la verdad, el acto de saberlo es del discípulo es una verdad suya, que no es aprendida del maestro sino que es anterior a lo que el alumno ha escuchado del maestro. Pero esto nos significa que la enseñanza sea inútil, es mas bien que la enseñanza a través de las palabras podemos vislumbrar lo que es verdadero y juzgarlo y compararlo con la verdad que esta en nuestro interior. Enseñar la verdad es descubrirla para quien la escucha. La enseñanza es una incitación a la verdad, una búsqueda, no es pasiva, el que aprende juzga lo que escucha.

El mundo sensible, donde se ejercita el discípulo, es el de los sonidos o palabras, que son signos sensibles, con los cuales se expresa el contenido del mundo que no es sensible, es decir el mundo invisible, que es el mundo interior del mismo hombre.

EL MAESTRO INTERIOR Y EL HOMBRE INTERIOR

Se parte de este postulado de la Biblia:
Uno solo es vuestro maestro, Cristo. (Mt 23,8).

En el hombre hay algo que lo trasciende . puesto que ello  es la verdad, ese algo es una realidad puramente inteligible, necesaria, inmutable, eterna. Precisamente  lo que llamamos Dios.
Dice san Agustín en De Magistro:

Cristo es la verdad y el maestro que nos enseña interiormente. Cristo es quien enseña dentro, fuera las palabras no hacen más que advertir.

Se pueden utilizar muchas metáforas para nombrarlo como sol inteligible a cuya luz la razón ve la verdad, el Maestro interior, que responde de dentro a la razón que le interroga. Esta verdad es mas interior a nosotros mismos que   nuestro mismo interior. Por eso todas las vías agustinianas para llegar a Dios, siguen de lo exterior a lo interior y de lo interior a lo exterior. [8] Y a Dios se le ha de buscar y suplicar en lo intimo del alma racional que es lo que se llama hombre interior. Somos el templo de Dios. El homo interior tiene sus antecedentes en Platón, Plotino, Filón y San Pablo, quien le dio el sentido de nueva criatura consagrada a Dios. Se trata de un nuevo concepto de hombre y de espíritu que se introdujo gracias al cristianismo con su obra redentora de Cristo.


El objeto supremo de la ciencia es conocer y amar a Dios  y al prójimo por amor a Dios. Para ello haya que desprender el alma del apego de las cosas terrenas y elevar a Dios donde encontraremos felicidad. El conocimiento de el interior del hombre es muy importante para San Agustín, porque implica el conocimiento de Dios.  En el fondo más recóndito del alma encuentra la verdad y el bien. Dios esta por encima de los sentidos y de la memoria , es intimo y a la vez trascendente al hombre.

Dice la Biblia:
Y esta verdad que es consultada y enseña es Cristo que habita en el hombre interior, esto es, la inmutable virtud  de Dios y la sempiterna sabiduría (Ef  3, 16-17)

El maestro interior es el autor de los seres, el ilustrador  de la verdad y el dador de la felicidad; es nuestro principio, nuestra luz y nuestro bien.[9] 

El secreto esta en que nuestra comprensión radica en el juzgar desde la verdad interior lo que recibimos desde el exterior. Las palabras que el hablante ofrece al oyente apunta precisamente a manifestar, a pesar de los límites del lenguaje simbólico (basado en signos), verdades en las que todos podemos comulgar por encontrarnos bajo la acción del único Maestro y bajo la experiencia de un mundo único, verdades asequibles por igual a todos[10]

 A diferencia de Platón, para san Agustín la verdad no la crea el pensamiento sino que la descubre, y además, la verdad no es descubierta fuera sino dentro de nosotros. La verdad no esta en nosotros innata, sino mas bien esta en el interior. Las verdades son descubiertas y percibidas por cada alma, en cada caso singular, lo mas trascendente es que son comunes a todos.

La verdad se revela a quien la ama. La verdad es universal, común a todos, inmutable y eterna.  Hay una sola verdad, un solo Maestro interior, en el cual todos nos comunicamos, nos entendemos vamos de acuerdo y nos amamos. Las verdades racionales brotan de la Verdad que excede a la Razón. Para estar presente con nuestro yo interior y descubrir la verdad necesitamos que debemos querer conocer solo la verdad, no pensar en nada que no sea la verdad. El pensamiento es testimonio de Dios, de la verdad maestra que esta en nosotros, pero que dicta y alimenta desde dentro.[11]

Cristo por ser la verdad absoluta y luz eterna, necesariamente participa en todas sus criaturas, sobre todo en las racionales, por eso mismo el que es el Verbo, ilumina a todo hombre, por eso es el Maestro interior de todos.

Dice san Agustín:
Ciertamente, por los hombres puede hacerse con los signos de las palabras alguna sugerencia, pero enseña el único verdadero Maestro, la misma Verdad incorruptible, el solo Maestro interior, que se hizo también exterior para recogernos a nosotros de las cosas exteriores a las interiores.[12]

El Maestro Interior es una verdad que no es engendrada por las palabras o por convención humana, es mas bien lo que trasciende al alma, es la presencia de una Verdad Interior: magíster intus est.

3.-COMO SE VE REFLEJADA LA DOCTRINA DEL MAESTRO INTERIOR EN LA ACTUALIDAD.

A manera de ensayo personal decidí ver que implicaciones puede tener la doctrina del Maestro interior en la actualidad.

El pensamiento agustino se podría aplicar a muchas de las problemáticas actuales, pues podemos decir que aunque cambien la ciencia, las culturas y la moral, el hombre siempre va estar expuesto a resolver cuestiones que siempre han estado presentes a lo largo de la historia.

San Agustín aborda temas que hoy en día están en crisis: como es la educación, el lenguaje, y específicamente en el plano cristianismo  la importancia de seguir a Cristo(como maestro interior).

En el caso de la educación vemos que hoy en día  se ha reducido la importancia del papel que juega el maestro en la enseñanza, sobre todo apoyando esta tendencia al constructivismo en la que el alumno debe a partir de cierta información ir construyendo sus propios conocimientos, haciendo que el maestro quede como un simple aplicador de pruebas y ya no como una autoridad a la que el alumno es capaz de respetar por su sabiduría. Aunque en el dialogo  De Magistro se refiera a que el único maestro es Cristo, sabemos que en otros escritos de san Agustín como el De doctrina cristiana  el maestro es tratado con suma importancia.

Abordando el lenguaje podemos decir que para san Agustín es importante el rol que juegan las palabras como signo de las cosas, mas interesante aun es como la palabra exterior es signo de la palabra interior. Es así como la palabra interior se convierte en un tipo de lenguaje universal pasando por encima de la barrera del idioma, de la cultura, de la moral. Esta concepción del lenguaje puede ser muy útil, porque implica todos los tiempos y sociedades, es una manera de hacer manifiesto que la naturaleza del hombre es una y que derivada de esta somos capaces de tener principios en todos los seres humanos que siempre estarán presentes y que serán de la misma manera; por lo que en esta sociedad tan inclinada al relativismo una solución seria que los hombres  adentrándonos en nuestro hombre interior buscáramos empatizar  a través de la palabra interior con otros seres humanos.

Otro tema es el del hombre interior. En la actualidad muchas teorías psicológicas proponen que el hombre debe realizar la introspección, este mirar hacia adentro de él mismo. Tal vez San Agustín podría ser útil para perfeccionar estas propuestas psicológicas, más que ver hacia dentro de nosotros mismos para san Agustín nuestro hombre interior es el que esta más cercano a la iluminación y es quien puede entrar en contacto con el maestro interior, es decir con la verdad misma que es Cristo. Mucho se habla hoy en día de que el hombre debe entrar en contacto con su yo interior, lo que también puede remitirse a San Agustín, porque para él, nuestro conocimiento, nuestros actos e incluso el mismo lenguaje tiene que pasar primero de dentro y luego al exterior y posteriormente ascender.

El maestro interior es Cristo, es el que nos ilumina. En la actualidad esto se podría confundir con la conciencia psicológica, porque hoy en día se piensa que en nuestro pensamiento es en donde se encuentra la verdad, en cambio para San Agustín el maestro interior es quien nos enseña la verdad pero al mismo tiempo  es la verdad misma. Es nuestro hombre interior el que es capaz de descubrir la palabra divina o Verbum Mentis.

La concepción filosófica actual a la que más se podría acercar la filosofía de san Agustín, es la Fenomenología. La fenomenología surgió en el siglo XX,  para esta corriente filosófica los fenómenos son, simplemente, las cosas tal y como se muestran, tal y como se ofrecen a la conciencia. Propone la intuición como instrumento funda­mental de conocimiento. La intuición es la experiencia cognoscitiva en la cual el objeto conocido se nos hace presente, se nos muestra en persona. Todo esto concuerda con el pensamiento de san Agustín, para quien el conocimiento de las cosas lo llevamos hacia el interior del hombre y después el hombre exterior lo comprende y posteriormente puede ascender a un conocimiento más perfecto.

Para la fenomenología es  la conciencia el ámbito en el que se hace presente o se muestra la realidad. Para san Agustín es en el hombre interior donde se nos muestra la realidad de las cosas.







REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

  • Capanaga, Victorino, Obras de San Agustín III, BAC, Madrid 1982.

  • Klimke, Federico, Historia de la Filosofía, LABOR, Barcelona, 1953.

  • Ibargüengoitia, Antonio, Del Maestro San Agustín de Hipona y del Maestro de Santo Tomás de Aquino, UIA, México, 1990.

  •  Gilson, Etienne, La Filosofía de la Edad Media, GREDOS, Madrid, 1985.

  • Fraile, Guillermo, Historia de la Filosofía II, BAC, Madrid, 1960.

  • http://www.upra.org/archivio_pdf/ao31_pascual.pdf, 01/11/07.


  • SCIACCA, M.F., San Agustín, Barcelona, Miracle, 1955.

  • TEXTOS DE SAN AGUSTÍN, PALABRA Y VERDAD LA FILOSOFIA DEL LENGUAJE






[2] http://www.upra.org/archivio_pdf/ao31_pascual.pdf.



[3] http://www.upra.org/archivio_pdf/ao31_pascual.pdf.

[4] TEXTOS DE SAN AGUSTÍN, PALABRA Y VERDAD LA FILOSOFIA DEL LENGUAJE, 810 pp.
[5] SCIACCA, M.F., San Agustín, Barcelona, Miracle, 1955, 234 pp.
[6] SCIACCA, M.F., San Agustín, Barcelona, Miracle, 1955
[7]  Capanaga, Victorino, Obras de San Agustín III, BAC, Madrid 1982

[8] Gilson, Etienne, La Filosofía de la Edad Media, GREDOS, Madrid, 1985, 122 pp.
[9] Ibargüengoitia, Antonio, Del Maestro San Agustín de Hipona y del Maestro de Santo Tomás de Aquino, UIA, México, 1990. 24 pp.

[10] http://www.upra.org/archivio_pdf/ao31_pascual.pdf.

[11] SCIACCA, M.F., San Agustín, Barcelona, Miracle, 1955, 252pp
[12] Capanaga, Victorino, Obras de San Agustín III, BAC, Madrid, 1982, 588 pp.